Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, Y camino de vida las reprensiones que te instruyen. Pr 6.23

junio 2016

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Mateo 22:36-40; Marcos 12:28-31; Lucas 10:25-28.

El amor de Dios es un gran consuelo. Pero tal vez este no sea tan consolador como algunas personas creen. Como dijimos la última vez, el amor de Dios no es una envoltura teológica que sofoca todo aquello que la Biblia dice acerca de cómo Dios se relaciona con nosotros. Ese enfoque miope, de sensación de bienestar en el amor de Dios, a menudo hace caso omiso de sus implicaciones más profundas. En concreto, se pasa por alto el hecho de que el amor de Dios acarrea una peculiar condena.

El amor y el legalismo

Muchos creyentes te dirán que la vida cristiana es tan simple como "amar a Dios y al prójimo". Es una consigna muy popular en las mega-iglesias influyentes, haciendo parecer sin esfuerzo esos elevados propósitos. De hecho, algunos erróneamente reducen  el Evangelio a esa simple frase.

Pero esa idea errónea no es nada nueva; era una creencia generalizada entre los fariseos. El evangelio de Lucas relata un incidente relacionado con este tema:

Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás, Lucas 10:25-28.

Si detenemos la lectura  ahí, podríamos asumir que Cristo acababa de abrir una puerta lateral al cielo. Sin embargo, pasaré a explicar el punto exacto que el Señor estaba proyectando:

Jesús, por supuesto, no estaba diciendo que había algunas personas en algún lugar que podrían salvarse por guardar la ley. Por el contrario, Él se proponía señalar la imposibilidad absoluta de lograrlo, ya que la ley exigía la obediencia perfecta y completa (Santiago 2:10), y promete la muerte física, espiritual y eterna a los que la desobedecen (Ezequiel 18:4,20; Romanos 6:23).

En lugar de afirmar el enfoque legalista de la salvación, Cristo estaba condenando su falsa piedad e ilustrando la imposibilidad de cumplir con la ley.

Pero el escriba no logra comprender ese punto. En su lugar, tontamente se aferró a su propia justicia y tomo la actitud equivocada; dice la Palabra: "Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?" (Lucas 10:29). Podemos observar la necedad y la ceguera que condujo a esta respuesta por parte del escriba.

En este punto de la discusión, el escriba debería haber reconocido su incapacidad para amar como Dios requiere y clamar por misericordia como lo hizo el publicano en Lucas 18:13. Pero acorralado en una esquina de la que no había escapatoria, su miserable orgullo y justicia propia tomaron el control. Note lo que dice el pasaje: "queriendo justificarse a sí mismo". Él no pudo negarse a sí mismo. No solo se negó a confesar la realidad de su corazón pecaminoso, sino que menospreciando la convicción de pecado que seguramente sintió interiormente, entonces inflexiblemente reafirmó su externa auto-justicia y méritos.

Observamos repetidamente esa misma confianza legalista en las iglesias de hoy; cómo las personas hacen valer sus capacidades para planificar "amar a Dios y amar al prójimo" lo suficiente.

Sin embargo la negligente parcialidad de esa consigna disminuye el peso de las repetidas advertencias de las Escrituras a emular el amor de Dios. Al igual que el legalista debe haber sentido el aplastante peso de la ley en medio de su auto-justificación, cualquier reflexión honesta acerca de los mandamientos del Señor debería crear un agudo sentido de convicción y reproche.

La incapacidad de amar debidamente a otros

Por ejemplo, el mandato de Cristo a sus discípulos, "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado", Juan 13:34; cf. Juan 15:12, en un primer momento parece bastante simple. Pero si tomamos en cuenta la profundidad del amor de Cristo por nosotros, y los grandes extremos a los que Cristo fue expuesto para expresar ese amor, este se convierte en un desafío mucho mayor. Francamente, inalcanzable.

El amor de Cristo es un ejemplo de las manifestaciones más puras de abnegación y sacrificio que este mundo haya visto. Los evangelios nos presentan abundantes ejemplos de su amor extraordinario para las personas que vino a salvar. Y si ningún sentido de reproche surge de nuestro deber de amar a los demás de la misma manera que Cristo nos ha amado, entonces no sabemos nada acerca del precio que Cristo pagó para mostrar ese amor.

Tenga en cuenta su propia facultad viciada de amar a los demás. Cada impulso egoísta, cada esfuerzo de  instinto de conservación, cada elección de la comodidad por encima de la compasión contradice la manera en que Jesús amaba. Si somos honestos, deducimos que rara vez amamos a los demás a la manera de Cristo; si es que hemos amado.

Cuanto más aumenta nuestra comprensión de la perfección del amor de Cristo, más aun se agranda nuestro pecaminoso fracaso en seguir el ejemplo de Cristo.

La incapacidad de amar debidamente a Dios

La noticia no es mejor cuando se trata de amar a Dios. Desde los primeros días de su pacto con Israel, el Señor exigió la supremacía en los corazones de su pueblo. Deuteronomio 6: 5 dice claramente, "Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas". El mismo Cristo consideró esta declaración como el más grande mandamiento (Mateo 22:36-38). Pero estos pasajes nos conducen a unas preguntas:

  • ¿Realmente amamos a Dios por encima de todo?
  • ¿Su gloria es nuestro mayor deseo?
  • ¿Es nuestra adoración a Él libre de distracciones mundanas?
  • ¿Está nuestro más valioso tesoro almacenado en el cielo?
  • ¿Hemos afirmado nuestros afectos en Él?
  • ¿Es el cumplimiento de Su voluntad nuestra principal motivación?
  • ¿Es la obediencia a Él nuestra mayor alegría?
  • ¿Cumplimos y estamos cumpliendo en servirle a Él?
  • ¿Está cada aspecto de nuestra vida dedicada a servirle, adorarle y glorificarle?

Esa es la naturaleza de la relación que se suponía el hombre debía tener con Dios. Pero el pecado de Adán desde entonces nos separó de esa realidad. Sólo en Cristo podemos ser restaurados, y sólo en la eternidad podremos disfrutar de perfecta comunión de amor con el Padre. Por ahora, el mandamiento de amar a Dios cuelga sobre nosotros como un recordatorio perpetuo de nuestra culpa, condenando la incapacidad y la insuficiencia de nuestra carne caída.

¿Entonces, cuál es el punto?

La condenación en el amor de Dios no es un fin en sí mismo. Es un motivador, un impulsor para nuestro crecimiento espiritual y piadoso.

Para los incrédulos engañados, las ricas profundidades del amor de Dios deben ser un llamado de atención a la gravedad de su verdadero estado espiritual. El Evangelio reducido al "amor a Dios y a los demás" simplemente es un falso evangelio. En lugar de hallar confianza farisaica en su habilidad para cumplir con la ley de Dios, incluso los más simples requisitos, ellos necesitan entender el desperfecto fatal que está en su carne. Necesitan ser aplastado bajo el peso de su propia censura, y romper el orgullo que subyace en su propia justicia.

Tienen que experimentar la transformación que Pablo describe en su carta a la iglesia de Galacia:

Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe, Gálatas 3:23-24.

En términos simples, ellos necesitan estar humillados, y llegar a una verdadera fe y arrepentimiento. Los creyentes negligentes deben igualmente  humillarse por causa de las realidades del amor de Dios. La salvación no es una excusa para la teología superficial o de mala calidad. Los verdaderos creyentes deben tener un apropiado respeto y comprensión acerca del amor de Cristo y Sus ordenanzas para reflejar ese amor a través de nuestras vidas.

La comprensión de cuan bajo podríamos caer debería estimularnos a un mayor crecimiento y santidad. Debemos disciplinarnos para una mayor conformación a la imagen de Cristo, y vivir vidas que ejemplifiquen Su amor a aquellos que nos rodean.

Por otra parte, esto debería impulsarnos a un mayor amor por Cristo. Todos estos requisitos, en última instancia, apuntan hacia Cristo, tanto el perfecto modelo de amor y perfecta expresión de amor. Él es el Uno, el Único, que cumple a la perfección todos los requisitos que el amor demanda.


En Cristo, el carácter del amor de Dios encuentra su real y completa expresión. Y es allí donde vamos a estar apuntando en el próximo artículo.

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Romanos 5:8; 1 Corintios 13:4-7; 1 Juan 4:8

A primera vista, la idea de "Dios es amor" no parece tener un gran problema teológico. Primera de Juan 4:8 no puede ser más claro: "Dios es amor". De todas las maneras de describir a Dios, esta sin duda, es la más querida y ampliamente aceptada.

¿Cuántas veces hemos oído la frase, "Un Dios de amor nunca permitiría..."? Aquellos que piensan de esta manera están diciendo en realidad que tienen su propia concepción acerca de lo que es el amor, y ellos sólo aceptarán a un dios que ame según sus términos. Esa es la forma sutil de idolatría que muchas personas, incluso muchos feligreses, aceptan en la actualidad.

El asunto no es si Dios ama o no, sino si las personas que proclaman Su amor tienen algún indicio de lo que están hablando en realidad. Es cierto que Dios es amor. Pero no caigamos en el monumental error  de asumir que eso es todo lo que Él es, o todo lo que Él desea que sepamos acerca de Él.

Entonces el problema con la idea de "Dios es amor", es que la discusión de esta se torna nublada y confusa por personas que no saben qué es el amor o quien es Dios, y sin embargo hablan del tema con calificada autoridad.

Más que un sentimiento

En la cultura actual, usted podría encontrarse en apuros tratando de elaborar una definición sólida acerca del amor. La mayoría de las personas evitan definirlo o elaborar un claro significado del mismo, en lugar de confiar en sus razonamientos simplemente para conocer lo que se siente. Pero en un mundo plagado de baladas, películas románticas, y citas rápidas, la percepción pública de amor es variable.

Es lamentable el trayecto de separación que existe entre la comprensión sensual del amor y el punto de vista bíblico. Aquello que oímos hablar acerca del amor en las canciones populares es casi siempre presentado como un sentimiento; generalmente involucran deseos  insatisfechos. La mayoría de las canciones de amor no sólo reducen el amor a una emoción, sino que también lo convierten en un deseo involuntario. Las personas "caen" en el amor. Ellos se dejan llevar por el amor. Ellos no pueden contenerse a sí mismos.

Puede parecer un bonito sentimiento romántico representar al amor como una pasión incontrolable, pero aquellos que piensan cuidadosamente acerca de él, se dan cuenta de que tal "amor" es a la vez, egoísta e irracional.  Está muy alejado del concepto bíblico acerca del amor. El amor, según las Escrituras, no es una sensación impotente del deseo. Más bien, es un acto decidido de entrega. El que ama verdaderamente está deliberadamente consagrado a lo que ama. El verdadero amor surge de la voluntad, no de la emoción ciega.

La atracción, el afecto y el deseo no constituyen el verdadero amor; estas, en realidad, no son otra cosa que  distracciones del concepto real. El apóstol Pablo describe al amor como sacrificial y desinteresado, no impulsado por las emociones y la sensualidad. Fíjese lo que dice el apóstol Pablo:

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.  Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.  1 Corintios 13:4–7.

Primera de Corintios 13 no es un oscuro u olvidado pasaje de la Biblia, más bien es un pasaje muy utilizado en casi todas las bodas, incluso en aquellas de inconversos. Por lo general es utilizado como un bálsamo para sentirse bien, cuando más bien debería considerarse con gran temor.

El listado de Pablo en este pasaje está lleno de dolor, auto-sacrificio y abnegación. No estamos inclinados a tales cosas, estamos habituados a amar aquello que satisface nuestras necesidades, y no a amar aquello que satisface las necesidades de otros.

El verdadero amor es difícil. De hecho, si somos honestos, el modelo  de Pablo es demasiado difícil para nosotros. Simplemente no podemos cumplir con tan elevada norma, de este lado del cielo. El único que lo hizo es Cristo nuestro Dios y Señor.

Dios es amor, pero él no es solamente Amor

Cristo es la máxima expresión del amor de Dios (Juan 3:16). Sin embargo, muchas personas cometen el error de asumir la encarnación de Cristo como que fue un momento crucial para Dios, en el cual  marcó una transformación de su carácter, inclinándose hacia el amor y alejándose de la ira.

Pero Dios nunca cambia. "Porque yo Jehová no cambio", Malaquías 3:6, cf. Hebreos 13:8. Dios es, y ha sido siempre, amor, pero no con el fin de excluir sus otros atributos.

El amor de Dios no anula su odio al pecado. De hecho, lo opuesto es verdad.  El verdadero significado del amor de Dios está ligado y magnificado por nuestra culpa: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”, Romanos 5:8.

Es igualmente erróneo suponer que el amor de Dios rechaza o elimina algunos de sus "menos populares" atributos. Esta visión tan flexible de Dios está muy extendida en las iglesias modernas. Hoy en día la mayoría de las personas parecen tener poca dificultad para creer en el amor de Dios; por el contrario tienen mucha dificultad para creer en la justicia de Dios, la ira de Dios, y la  veracidad coherente de un Dios omnisciente.

Por otra parte,  el fracaso de predicar la ira de Dios es en realidad el fracaso en comprender el amor de Dios. Hemos perdido la realidad de la ira de Dios. Hemos hecho caso omiso de Su odio por el pecado. La mayoría de los evangélicos ahora describen a  Dios como todo amor y para nada airado. Hemos olvidado que "Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo", Hebreos 10:31. No creemos más en esa clase de Dios.

Debemos recuperar algo del terror sagrado que viene con la correcta comprensión de la justa ira de Dios. Debemos recordar que la ira de Dios se encenderá contra los pecadores impenitentes (Salmo 38:1-3). Esa realidad es lo que hace que su amor sea tan portentoso. Por lo tanto, debemos proclamar estas verdades con el mismo sentido de convicción y fervor que empleamos cuando declaramos el amor de Dios. Es solamente en el contexto de la ira divina que todo el significado del amor de Dios puede ser comprendido realmente. Ese es precisamente el mensaje de la cruz de Jesucristo. Después de todo, fue en la cruz que el amor de Dios y su ira convergieron en toda su plenitud majestuosa. Romanos 3:24-26.


Irónicamente, en una época que concibe a Dios como totalmente amoroso, totalmente desprovisto de ira, pocas personas entienden realmente todo lo que comprende el  amor de Dios. El amor de Dios no es una envoltura teológica que ahoga todo lo que la Biblia dice acerca de cómo Dios se relaciona con nosotros. El amor de Dios es en realidad una de las doctrinas más difíciles en toda la Escritura. Y es un reto al que me subscribiré en próximos artículos trayendo claridad y armonía a las tensiones bíblicas que tantas personas esquivan. 

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