Porque el mandamiento es lĂĄmpara, y la enseĂąanza es luz, Y camino de vida las reprensiones que te instruyen. Pr 6.23

La actitud que Dios desea del creyente

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UNA MENTE TRANSFORMADA PRODUCE UNA VOLUNTAD TRANSFORMADA, DE TAL MANERA QUE CONTAMOS CON LA AYUDA DEL ESPÍRITU, CON EL DESEO Y LA CAPACIDAD PARA PONER A UN LADO NUESTROS PLANES Y ACEPTAR EN PLENA CONFIANZA LOS PLANES DE DIOS, SIN IMPORTAR CUÁL SEA EL COSTO.

Texto

AsĂ­ que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentĂŠis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conformĂŠis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovaciĂłn de vuestro entendimiento, para que comprobĂŠis cuĂĄl sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta; Romanos 12:1-2.

IntroducciĂłn

Una mujer se acercĂł a un pastor, llorando y bastante afligida. Le relatĂł una historia, bastante comĂşn en muchos creyentes. Ella le dijo:
"Parece que no estoy viviendo la vida cristiana como debiera. Me siento frustrada. No siento que tengo vida cristiana espiritual ni siento que haya logrado algo en mi vida. Lucho con los asuntos mĂĄs simples de obediencia y estoy en constante derrota. ¿SerĂĄ que me puede usted ayudar?".
El pastor le dijo:
"¿QuĂŠ ha estado haciendo usted misma para resolver los problemas?".
Ella le contestĂł:
"Lo he intentado todo. He asistido a iglesias donde hablan en lenguas, tienen sanidades, y toda clase de experiencias espirituales extraordinarias. Yo misma he hablado en lenguas, he tenido experiencias de éxtasis espiritual, les he profetizado a otras personas y he experimentado algunos supuestos milagros. Ya he sido "sacudida en el espíritu", pero a pesar de todo eso, no me siento complacida con mi vida y sé que Dios no está agradado. He tratado de obtener todas las cosas que pueda de Él, pero no estoy satisfecha. Me sigo sintiendo miserable".
El pastor le dijo:
"Creo que usted misma ha colocado el dedo en la llaga. La clave de una vida cristiana espiritual, y la felicidad verdadera, no consiste en tratar de conseguir todo lo que podamos de Dios, sino en dar todo lo que somos y tenemos a Él".
Existen miles de personas en la actualidad, incluyendo muchos cristianos genuinos, que se pasean por diversas iglesias y doctrinas, asisten en masa a seminarios y conferencias en busca de numerosos y diversos beneficios personales, emocionales y espirituales con la esperanza de recibir mĂĄs. Estos hacen exactamente lo opuesto a lo que Pablo seĂąala con tanta claridad en Romanos 12:1-2.
En esta exhortaciĂłn, el apĂłstol no se enfoca en quĂŠ otras cosas necesitamos recibir de Dios, sino en que es lo que debemos dar. La clave de una vida cristiana productiva y satisfactoria no se encuentra en obtener mĂĄs, sino en darlo todo. JesĂşs dijo:
"Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarĂĄn al Padre en espĂ­ritu y en verdad; porque tambiĂŠn el Padre tales adoradores busca que le adoren"; Juan 4:23.
Por desgracia, eso estĂĄ muy lejos de la manera comĂşn en que muchos creyentes procuran hoy dĂ­a encontrar la esencia de la vida abundante. Hay quienes piensan que la victoria en la vida cristiana depende de tener mĂĄs de Dios y recibir cosas de Dios, aun cuando observamos que dice la palabra:
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro SeĂąor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendiciĂłn espiritual en los lugares celestiales en Cristo"; Efesios 1:3.
AdemĂĄs, tambiĂŠn dice:
"Porque en ĂŠl habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estĂĄis completos en ĂŠl"; Colosenses 2:9-10.
El apĂłstol Pedro dijo:
"Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamĂł por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandĂ­simas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina"; 2° Pedro 1:3-4.
Por lo tanto, en el sentido más profundo y eterno, no podemos obtener más de Dios que lo que ya poseemos. Sin embargo, resulta más que obvio que la mayoría de nosotros no tenemos la plenitud de gozo que estas promesas deberían traer. El gozo y la satisfacción por lo que tantos cristianos están luchando en vano, puede lograrse únicamente cuando sometemos al Señor todo lo que Él ya nos ha dado, incluyendo lo más profundo de nuestro ser.
Hoy estaremos observando las cuatro actitudes que Dios desea que presentemos delante de Él; ellas son:
  1. Presentar a Dios nuestras almas, 
  2. Presentar a Dios nuestros cuerpos, 
  3. Presentar a Dios nuestras mentes y, 
  4. Presentar a Dios nuestras voluntades.

Presentar a Dios nuestras almas

La solicitud del apĂłstol Pablo es: "AsĂ­ que, hermanos, os ruego". Esta es una peticiĂłn que solamente puede ser observada y obedecida por creyentes genuinos en la fe; aquellos que ya pertenecen a la familia de Dios. NingĂşn tipo de ofrenda es aceptable a Dios a no ser que primero le hayamos presentado nuestras almas.
La persona no regenerada no puede entregar su cuerpo, su mente o su voluntad a Dios, porque no ha entregado su mismo ser a Dios. El incrĂŠdulo carece de una relaciĂłn de salvaciĂłn con Dios; la misma palabra asĂ­ lo indica:
1 Corintios 2:14 "el hombre natural no percibe las cosas que son del EspĂ­ritu de Dios, porque para ĂŠl son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente".
En otro pasaje de la Biblia, Romanos 8:8, el apĂłstol Pablo deja claro que: "los que viven segĂşn la carne no pueden agradar a Dios". Sin importar cuĂĄles puedan ser sus sentimientos personales, la persona no redimida es incapaz de adorar a Dios, no puede hacer una ofrenda aceptable a Dios, no puede agradar a Dios de ninguna forma ni manera. Esto es parecido a lo que Pablo dijo en 1 Corintios 13:3:
"Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve".
Si una persona no posee el amor de Dios, todas sus ofrendas, sin importar lo costosas que sean, carecen de valor para Dios.
Entonces el apĂłstol nos estĂĄ diciendo: "AsĂ­ que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios". Estas misericordias de Dios que Pablo expresa aquĂ­ incluyen las muchas bendiciones gratuitas o dones de gracia con que nos bendijo "en los lugares celestiales". En Cristo somos los "amados de Dios"; Romanos 1:7, de manera que las dos misericordias de Dios mĂĄs preciosas para nosotros son su amor y su gracia.
  • Las misericordias de Dios reflejan su poder salvador y su gran bondad hacia quienes Él salva (2:4; 11:22).
  • Las misericordias en Cristo nos traen:
    • el perdĂłn y la justificaciĂłn ante Dios (3:25; 3:4);
    • la conformaciĂłn a la imagen de su Hijo y la glorificaciĂłn (8:30)
    • la resurrecciĂłn de nuestros cuerpos (8:11).
  • Hemos recibido las misericordias
    • de llegar a ser hijos de Dios (8:14-17)
    • de recibir el EspĂ­ritu Santo,
      • quien mora en nosotros personalmente (8:9, 11),
      • quien intercede por nosotros (8:26), y
      • a travĂŠs de quien "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones" (5:5).
Tales misericordias que salvan el alma deberĂ­an conducir a los creyentes a una dedicaciĂłn progresiva al SeĂąor.

Presentar a Dios nuestro cuerpo

"AsĂ­ que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentĂŠis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo". (12: 1b)
El segundo aspecto es presentar a Él nuestros cuerpos. Dios ya ha recibido al hombre interior; pero Él también quiere al hombre exterior dentro del cual habita el hombre interior.
Nuestros cuerpos no son mĂĄs que caparazones fĂ­sicos que albergan nuestras almas. TambiĂŠn son el lugar donde reside nuestro hombre viejo y no redimido. Por lo tanto, nuestros cuerpos abarcan no solo nuestro ser fĂ­sico sino tambiĂŠn los malos deseos de nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad.
Pablo nos explica en Romanos 7:5 que:
"mientras estĂĄbamos en la carne las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte".
en el versĂ­culo siguiente no dice que ahora estĂĄbamos muertos al rĂŠgimen del pecado.
Sin embargo, unos versĂ­culos mĂĄs adelante el apĂłstol confesĂł:
"Porque segĂşn el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que estĂĄ en mis miembros", Romanos 7:22-23.
En otras palabras, el alma redimida debe habitar en un cuerpo de carne que todavĂ­a es la trinchera del pecado, un lugar que puede prestarse con facilidad a hospedar pensamientos y deseos corruptos. Es ese impulso poderoso que actĂşa dentro de nuestros "cuerpos mortales" el que nos seduce a hacer el mal. Cuando nuestros "cuerpos mortales" sucumben a los impulsos de la mente carnal, se convierten otra vez en instrumentos de pecado e injusticia. El cuerpo sigue siendo el centro de todos los deseos pecaminosos, la depresiĂłn emocional y las dudas espirituales.
En este punto deseo referirme a aquella antigua filosofĂ­a dualista pagana que consideraba al alma esencialmente buena, y al cuerpo esencialmente malo. Siendo que se consideraba el cuerpo como algo sin valor y que de todas maneras estaba destinado a morir, lo que se hiciera con ĂŠl no importaba en absoluto. Ese enfoque de las cosas abriĂł la puerta a inmoralidades de todo tipo.
Lo trĂĄgico de todo esto fue que muchos creyentes en la iglesia primitiva, quienes tienen igual o mayor nĂşmero de representantes en la iglesia de hoy dĂ­a, encontraron en esa ideologĂ­a un mecanismo fĂĄcil que les permitĂ­a engancharse en las prĂĄcticas inmorales de sus viejas vidas, y al mismo tiempo justificar su pecado con la falsa y herĂŠtica idea de que cualquier cosa que hicieran con el cuerpo no podrĂ­a hacer daĂąo alguno a sus almas.
Como la situaciĂłn era bastante similar a la actual, en vista de que la inmoralidad proliferaba tanto, muchos cristianos que no llevaban vidas inmorales, ellos mismos llegaron a ser tolerantes frente al pecado que era evidente en sus hermanos en la fe, pensando que era un resultado normal de lo que la carne hacĂ­a por naturaleza, algo por completo independiente de la responsabilidad del alma.
Sin embargo, el apóstol Pablo enseña con claridad que el cuerpo puede ser controlado por el alma redimida y debe ser hecho un esclavo que se someta al poder de nuestras almas redimidas. Él dijo a los corintios quienes estaban envueltos en toda clase de pecados e inmoralidad:
"Pero el cuerpo no es para la fornicaciĂłn, sino para el SeĂąor, y el SeĂąor para el cuerpo"; 1 Corintios 6:11-13.
Pablo les hizo tambiĂŠn esta pregunta:
"¿O ignorĂĄis que vuestro cuerpo es templo del EspĂ­ritu Santo, el cual estĂĄ en vosotros, el cual tenĂŠis de Dios, y que no sois vuestros?"; 1 Corintios 6:19.
En otras palabras, nuestros cuerpos no redimidos son el hogar temporal de Dios. Ya no nos pertenecemos a nosotros mismos y Dios no trabajarĂĄ por medio de nosotros sino a travĂŠs de nuestros cuerpos.
De manera que, si hablamos en su nombre, debe ser con nuestras bocas. Si leemos su Palabra, debe ser con nuestros ojos. Si escuchamos su Palabra tiene que ser por medio de nuestros oídos. Si vamos a hacer su obra, debemos usar nuestros pies, y si ayudamos a otros en su nombre, debe ser con nuestras manos. Si pensamos para Él, debe ser con nuestra mente, la cual residen, por ahora, en nuestros cuerpos mortales.
La santificaciĂłn y la vida de santidad no pueden edificarse separadamente de nuestros cuerpos. Por esta razĂłn Pablo orĂł diciendo:
"Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espĂ­ritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro SeĂąor Jesucristo"; 1 Tesalonicenses 5:23.
Por lo tanto, siendo que nuestros cuerpos aĂşn no han sido redimidos debemos ser objeto de una rendiciĂłn continua al SeĂąor., tomando diligentemente la advertencia del apĂłstol Pablo cuando dijo:
"No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcĂĄis en sus concupiscencias; Ni tampoco presentĂŠis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia" Romanos 6:12-13.
No podemos impedir que algunos residuos de pecado sigan existiendo en nuestros cuerpos mortales, pero sĂ­ estamos en capacidad de impedir que ese pecado gobierne nuestros cuerpos; y ciertamente no lo gobernarĂĄ "si por el EspĂ­ritu [hacemos] morir las obras de la carne"; Romanos 8: 13.
El sacrificio vivo que Dios desea que presentemos, es la disposiciĂłn voluntaria a rendirle todas nuestras esperanzas, planes, y todo lo que es valioso para nosotros, todo lo que tiene importancia humana para nosotros, todo lo que nos hace sentir realizados.

Presentar a Dios la mente

No os conformĂŠis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovaciĂłn de vuestro entendimiento, (12:2a)
El tercer aspecto de nuestro sacrificio, es ofrendar a Dios nuestras mentes.
Es la mente donde nuestra nueva naturaleza y nuestra vieja condiciĂłn humana estĂĄn mĂĄs entremezcladas. La mente es donde elegimos si vamos a expresar nuestra nueva naturaleza con una vida santa o a permitir que nuestra carnalidad actĂşe en contra de la santidad de Dios.
En este pasaje la palabra siglo representa todo el conjunto de la filosofĂ­a de la vida concebida desde un punto de vista humano y satĂĄnico. Equivale al espĂ­ritu de la ĂŠpoca, que se ha descrito bien como:
"la masa flotante de pensamientos, opiniones, principios, especulaciones, esperanzas, impulsos, metas, aspiraciones en cualquier perĂ­odo o ĂŠpoca; que es imposible de atrapar y definir con precisiĂłn, pero que constituye un poder real, porque es la atmĂłsfera moral, inmoral o amoral que inhalamos en todo momento de nuestra vida, y la cual de forma inevitable tambiĂŠn exhalamos".
Entonces el mandato firme de Pablo es que no permitamos que seamos conformados a este siglo, mundo o sistema. No debemos adquirir la forma de una persona del mundo, por ninguna razĂłn.
PodrĂ­amos ampliar este pasaje de la siguiente manera: "No permitan que el mundo que los rodea se las arregle para meterlos a la fuerza en su propio molde".
No deberemos seguir el patrĂłn o dejar que se nos imponga el patrĂłn establecido por el espĂ­ritu que opera en los hijos de desobediencia. Nunca deberemos convertirnos en aliados del mundo. No deberemos permitir que seamos modelados conforme al tiempo maligno en que vivimos en el presente.
Otra interpretaciĂłn del pasaje podrĂ­a ser: "Dejen de asumir una expresiĂłn externa que sigue el patrĂłn mundano, una expresiĂłn que no proviene ni es representativa de lo que ustedes son en su ser interior como hijos regenerados de Dios".
Es muy comĂşn que los incrĂŠdulos se pongan mĂĄscaras de cristianos. Lo triste es que tambiĂŠn es muy comĂşn que los cristianos se pongan las mĂĄscaras del mundo. Quieren disfrutar las diversiones del mundo, las modas del mundo, el vocabulario del mundo, la mĂşsica del mundo y muchas de las actitudes del mundo, aun cuando es claro que esas cosas no se conforman a los estĂĄndares de la Palabra de Dios. Esa clase de vida es del todo inaceptable para Dios.
El mundo es un instrumento de SatanĂĄs, y su influencia impĂ­a es contagiosa. Esto se puede ver en el espĂ­ritu de rebeliĂłn y orgullo, las mentiras, el error y la propagaciĂłn rĂĄpida de religiones falsas, en especial aquellas que promueven el yo y se agrupan bajo la amplia sombrilla de la "nueva era". Juan escribiĂł hace casi dos mil aĂąos: "Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero estĂĄ bajo el maligno"; 1 Juan 5:19. La evidencia es rotunda, todavĂ­a lo estĂĄ.
En lugar de adaptarnos al mundo, Pablo nos exhorta a obedecer el mandato de ser transformados. Nuestra naturaleza interna redimida debe manifestarse en lo externo, en nuestra vida diaria. Por lo que entonces las escrituras nos dice: "Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del SeĂąor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el EspĂ­ritu del SeĂąor"; 2 Corintios 3:18.
El EspĂ­ritu Santo logra esta transformaciĂłn por medio de la renovaciĂłn de nuestra mente; entonces la transformaciĂłn externa es efectuada principalmente por un cambio interno en la mente, y el medio que aplica el EspĂ­ritu para transformar nuestras mentes es la Palabra de Dios.
La mente transformada y renovada, es aquella que ha entrado en el proceso de sacar todo aquello que es inadecuado a las normas de Dios, y ha implantado enseĂąanzas piadosas; esa mente estĂĄ saturada por completo con la Palabra de Dios y es controlada por ella. Es aquella mente que pasa el menor tiempo posible aun con las cosas necesarias de la vida en la tierra y la mayor cantidad de tiempo posible en las cosas de Dios. Es la mente que "pone la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra"; Colosenses 3:2.
Sea bueno o malo, cuando cualquier cosa suceda en nuestras vidas, la respuesta inmediata e instintiva que tengamos deberĂĄ ser una respuesta bĂ­blica.

Presentar a Dios la voluntad

"… para que comprobĂŠis cuĂĄl sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta". (12:2b)
El cuarto aspecto implícito en la presentación de nosotros mismos a Dios en sacrificio vivo, santo y agradable, es que ofrezcamos a Él nuestras voluntades, que permitamos a su Espíritu mediante su Palabra que conforme nuestras voluntades a la voluntad de Dios.
Cuando la mente de un creyente es transformada, su capacidad para pensar, su razonamiento moral y su entendimiento espiritual estĂĄn en capacidad de evaluar todas las cosas, y de aceptar Ăşnicamente lo que se conforma a la voluntad de Dios. Podemos en nuestra vida comprobar cuĂĄl es la voluntad de Dios solo cuando hacemos las cosas que son buenas, agradables y perfectas a Dios.
Una mente transformada produce una voluntad transformada, de tal manera que contamos con el deseo y la capacidad, con la ayuda del EspĂ­ritu, para poner a un lado nuestros planes y aceptar en plena confianza los de Dios, sin importar cuĂĄl sea el costo. Esta rendiciĂłn continua incluye el fuerte deseo de conocer mejor a Dios y seguir su propĂłsito para nuestra vida.
La transformaciĂłn divina de nuestras mentes y voluntades debe ser constante. Debido a que todavĂ­a seguimos siendo tentados de continuo por medio de lo que queda de nuestra condiciĂłn humana, nuestras mentes y voluntades deben ser objeto de una transformaciĂłn continua, por la Palabra de Dios y el EspĂ­ritu de Dios. El producto de una mente transformada es una vida que hace las cosas que Dios ha declarado como justas, aceptables y completas.

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Excelente artĂ­culo, la forma como lo expones, me ha sido de mucha ayuda para entender mas estos verso.Gracias y Bendiciones

En lugar de adaptarnos al mundo, Pablo no exhorta a obedecer el mandato de ser transformados.

Hermano disculpe si me equivoco pero creo que falta una "s", esa letrica le cambia el sentido,

No soy perfeccionista y al buen entendedor pocas letras. Generalmente en lectura veloz no reparo en eso pero por alguna razĂłn esta me llamo la atenciĂłn. jajjajaja

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