"Entonces el suegro de Moisés le dijo: —No está bien lo que haces. Te agotarás del todo, tú y también este pueblo que está contigo. El trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. Ahora pues, escúchame; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Sé tú el portavoz del pueblo delante de Dios, y lleva los asuntos a Dios. Enséñales las leyes y las instrucciones, y muéstrales el camino a seguir y lo que han de hacer. Pero selecciona de entre todo el pueblo a hombres capaces, temerosos de Dios, hombres íntegros que aborrezcan las ganancias deshonestas, y ponlos al frente de ellos como jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez". Éxodo 18:17-21.
La gente a menudo desarrolla un deseo de algo que no está en el plan de Dios para ellos. Cuando no pueden alcanzar lo que está puesto en el deseo de su corazón pueden construir una intensa e implacable presión.
Los cristianos que son consumidos por la avaricia han dejado de depender de Dios. Para alcanzar una meta, algunos manipulan las circunstancias, porque ellos han perdido la fe en la capacidad del Señor para saber qué es lo mejor y como proporcionarlo. Tal comportamiento indica un rechazo de la soberanía de Dios. Entonces el miedo se convierte en un problema, ya que la persona persigue más y más el objeto de su deseo.
Las consecuencias de la codicia son dolorosas: la sensibilidad espiritual de un creyente puede debilitarse hasta el punto de que ya no es sensible a la voz del Espíritu. A medida que un cristiano se distancia a sí mismo del Señor, una actitud codiciosa probablemente lo conviertan en un desagradecido. Es difícil ser agradecido por las cosas que uno no tiene, y la atención esté centrada en lo que le falta.
La codicia lleva a una vida de tensión y preocupación. Jetro sabiamente aconsejó a su yerno Moisés a buscar ayudantes que odiaran las ganancias mal habidas. Estos hombres estaban más interesados en lo que Dios proveyera para ellos, que en lo que podían adquirir por sí mismos. Si queremos ser como ellos, hay que centrarse en los propósitos de Dios para nuestra vida. Cuando somos sensibles a su voz, Él nos enseña a distinguir entre los deseos que están dentro de su voluntad y los que se encuentran fuera de ella. Como creyentes, tenemos el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros y nos ayuda a resistir la tentación de los malos deseos. La codicia no tiene que ser nuestra perdición.
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