“Por eso yo, prisionero en el Señor, os exhorto a que andéis como es digno del llamamiento con que fuisteis llamados: con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos los unos a los otros en amor”. (Efesios 4:1-2).
Jesús es nuestro mayor ejemplo de mansedumbre: Él se enojó cuando Dios el Padre fue deshonrado, pero no así cuando lo hicieron con Él. Jesucristo es nuestro ejemplo supremo de mansedumbre. Pablo se refiere específicamente a esto en 2 Corintios 10:1 cuando dice: "Ahora yo, Pablo, os exhorto por la mansedumbre y ternura de Cristo". Jesús mismo dijo: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". (Mateo 11:29).
Jesús mostró indignación cuando fue apropiado. Cuando Él encontró el templo lleno de personas que vendían animales para el sacrificio, convirtiéndolo en un mercado, Él los expulsó, derramando el dinero y volcando sus mesas ( Mateo 21:12-13). Él les dijo: "Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones". Jesús dijo después a los escribas y fariseos: "¡Serpientes! ¡Generación de víboras! ¿Cómo os escaparéis de la condenación del infierno?" (23:33). Él no permaneció de brazos cruzados mientras el Templo era profanado. Él pronunció juicio contra los hipócritas que deshonraban a Dios.
Sin embargo, a pesar de que Jesús se enojó cuando Dios fue difamado, Él no tomó represalias ni condenó a los que le atacaron. "Porque también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas. El no cometió pecado, ni fue hallado engaño en su boca. Cuando le maldecían, él no respondía con maldición. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba al que juzga con justicia" (1 Pedro 2:21-23). Cuando el templo de Dios fue contaminado, Jesús lo limpió. Pero cuando fue profanado el templo de su cuerpo, soportando la agonía de la cruz, con burladores alrededor, todo lo que dijo fue: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". (Lucas 23:34). Eso es mansedumbre suprema, desinterés total.
Todos sabemos que es muy fácil devolver el golpe cuando alguien nos critica o nos ataca, pero ese no es el camino de un cristiano apacible tratando de caminar dignamente. El único momento en que debemos dejar que el león en nosotros ruja es cuando el honor de Dios está comprometido. Jesús perdonó a quienes lo crucificaron. ¿Podremos nosotros hacer algo menos por los que nos hacen daño?
Todos nos quedamos cortos con el ejemplo de mansedumbre de Cristo. Oremos para que Dios nos ayude cada día a reflejar cada vez más la mansedumbre de Cristo.
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