"a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo" (Efesios 1:12).
En la salvación, como en todo lo demás, Dios es preeminente. Se merece todo el crédito. La preeminencia implica prestigio supremo; imagÃnese a uno que se destaca sobre todos los demás en una cualidad o logro particular. Entonces piense en estas palabras: No hay nadie más preeminente que Dios .
Efesios 1:12 subraya esta gran verdad. Usted fue redimido y se le concedió una herencia eterna para que Dios sea glorificado. Ciertamente usted se beneficia enormemente de la salvación, pero la gloria de Dios es el tema principal.
Nuestra cultura centrada en el hombre no comparte ese punto de vista. Tristemente, su egoÃsmo y la mentalidad de auto-glorificación se ha colado en la iglesia, e incluso el propio evangelio ha sido sometido a su influencia. Por ejemplo el pecado a menudo se define por aquello que afecta al hombre, no como una deshonra a Dios. La salvación se presenta a menudo como un medio para recibir lo que Cristo ofrece, no como el mandato de obedecer lo que Él determinó. Muchos evangelistas de hoy en dÃa han reducido el evangelio a poco más que una fórmula por la cual las personas pueden vivir una vida feliz y más plena. El foco se ha desplazado de la gloria de Dios hacia el beneficio del hombre.
Tal evangelio enrevesado alimenta el fuego del amor propio y la auto-exaltación. Como creyentes estamos percibidos de cosas superiores a estas. Sabemos que el propósito de la vida es glorificar a Dios. Eso significa vivir para su gloria, significa subordinar todo lo que hacemos a la voluntad de Dios.
¿Qué propósito más elevado o más noble podrÃamos permitirnos en esta vida? Pablo dijo: "olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está por delante, prosigo a la meta hacia el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús". (Filipenses 3:13-14). Mantenga ese objetivo claramente presente en todo lo que haga en la actualidad. De esta manera su dÃa será para alabanza de la gloria de Dios.
Alabado sea Dios por su preeminencia en todas las cosas. Pidamos a Dios que nos de la oportunidad de hablar de su preeminencia a otros, y recordemos que los demás nos estarán observando tanto en nuestras palabras como en nuestras acciones.
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