“Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo.” (Mateo 4:1).
Nada es más evidente en la vida del creyente que el hecho que la tentación prosigue a cada triunfo personal importante. El apóstol Pablo advierte: "El que piensa estar firme, mire que no caiga" (1 Corintios 10:12). Por motivo de los éxitos importantes, estamos a menudo tentados a pensar que el resultado llegó únicamente por nuestra propia fuerza e ingenio. Pero justo cuando pensamos que el éxito está aquí para quedarse, nos volvemos vulnerables al orgullo, y entonces llega el fracaso. Cristo mismo en su encarnación no estuvo exento a las pruebas, como sucedió en la consumación de Su bautismo.
En un pasaje paralelo, Marcos dice: "Y luego el Espíritu le impulsó al desierto" (Marcos 1:12). El uso de la palabra "impulsó" en Marcos denota necesidad de la tentación o prueba del Señor. Aunque la tentación provenía de Satanás, era la voluntad de Dios que Jesús las padeciera en anticipación a Su ministerio terrenal y obra redentora.
Así que después que Su ministerio y Persona fueron validados por el Padre y el Espíritu, en el sitio de Su bautismo, Jesús se enfrentó al primer gran reto de su misión. Nuestro Salvador no se dejó intimidar por la proximidad de la tentación, sino que estaba plenamente consciente de Su misión divina; fortalecido en su humanidad por la permanente presencia y poder de Dios. Y eso era lo que Satanás trataba de socavar y destruir.
Piense por un instante ¿Qué tentaciones específicas se presentan a menudo en su mente después de momentos de aliento o éxitos? ¿Cómo vas a lidiar con estas pruebas y derrotarlas? Que puedas ver a Dios como el aprovisionador continuo, incluso en los momentos en que estés tentado a pensar que puedes manejar todo por tu cuenta.
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